Familia ADR

«La Mente de Cristo te permite planificar la reforma que tú generación demanda para calzar en la potestad de Dios(Hch 26:18)»

miércoles, 24 de abril de 2019

MORIR PARA LA LEY, EL PRINCIPIO DE LA MADUREZ EN CRISTO



Ga 2:19 Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.

En este caso, quiere decir, que toda actividad producto de la carne debe ser anulada. Porque la ley revela que hay pecado; y da a conocer, también, su origen (Ro 3: 20). Ser muerto para la ley es haber descubierto que hay naturaleza de Cristo en mí, ésta se manifiesta con su madurez. Su madurez, la de Cristo, es haber alcanzado su plenitud vital (Jn 1: 16), es decir, su buen juicio y sensatez (y hay más, solo que me enfoco en este aspecto de su plenitud para exponer este punto).
La madurez de Cristo, en otras palabras, es el avance progresivo que provoca, a las diferentes vicisitudes, temple en mi Hombre Interior. Es decir, convertimos la incertidumbre del problema, en un desafío con propósito.
Tal vez, no podemos escoger que tormenta de la vida enfrentar primero, pero si podemos elegir con qué actitud encararlo; y eso solo te lo da la madurez.
La madurez es el ancla que te detiene cuando los vientos efervescentes de las emociones soplan, para no encallar en decisiones apresuradas. No solemos comportarnos todo el tiempo así, sin embargo, con la entrada de los años se vuelve en la norma de cada uno de nosotros.
Morir para la ley es haber descubierto que la madurez que Cristo tuvo en la carne, la puedo vivir yo también. Y todo esto se entiende desde su Mente, por lo tanto, para entenderlo vivimos desde la carne “en la fe del Hijo de Dios” (Ga 2: 20). Es esa fe la que produce entendimiento (He 11: 3), por su Mente.
Personalmente, estoy explorando esta faceta del “morir para la ley”, y experimentando que mi ignorancia cada vez es menos, respecto a lo que me sucede cada día, porque voy “entendiendo que su madurez” es también promotora de triunfo sobre mis debilidades y pasiones.
Morir para la ley es reconocer el fracaso de la carne, porque su accionar independiente a la voluntad de Dios, no puede igualar la imagen de Cristo.
Morimos, si; y pareciera ser que fuera un trabajo de todos los días. El Hombre Interior atiende a este llamado con tenacidad, renovándose de día en día, para socavar el dominio de la carne en nosotros (2Co 4:16).

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